RELATO: La invocación

Dedicado a Michael Moorcock y Jerry Goldsmith.

 

 I 

–Mira tío, esto no funciona. Llevamos ya una hora con el ritual de los cojones y aquí no pasa absolutamente nada. ¿Estás seguro de que lo estamos haciendo bien? Porque las últimas veces cantábamos los dos a la vez, así que no puede ser por eso.

–Que sí, joder, lo he copiado todo directamente del grimorio. Dibujos, palabras, todo tal cual. Y lo he revisado varias veces, así que estoy seguro.

–Entonces ha sido por el gato. Te dije que no era suficiente, que había que sacrificar un animal más grande, como el perro de tu hermana.

–Y dale, qué pesadito estás con el pobre Sauron... ¿Seguro que no tiene nada que ver con que María te diera calabazas?

–Vete a la mierda.

–Además, en el grimorio pone claramente un poco de sangre de un ser vivo, un poco. De hecho, lo importante es el acto del sacrificio, no la sangre, ya te lo he dicho cien veces.

–Pues entonces va a ser que te han timado con el puñetero libro ese. Con el pastón que nos costó...

–Mira, vamos a intentarlo una vez más y si sigue sin funcionar hablo con el tipo que me lo vendió.

–Venga, vale. Total, intentarlo es gratis. Recuerda, hay que cantar los dos a la vez.

–Sanguis Bibimus, Corpus Edimus, ¡Tolle Corpus Arioch! ¡Ave! Sanguis Bibimus, Corpus Edimus, ¡Tolle Corpus Arioch! ¡Ave! !Ave! !Ave Arioch! ¡Ave! ¡Ave! ¡Ave Arioch!

–Joder, por fin ha funcionado... ahí está, pero no es una cabra, es una mosca gigante... Claro, es el Señor de las Moscas.

–Oh Satanás, nuestro señor, agradecemos con fervor que hayas escuchado las plegarias de tus humildes siervos.

–¿Satanás? ¿De qué estáis hablando, mortales? Soy Arioch, soberano de los Señores del Caos

–¿Arioch? No me suena...

–Ni a mi... No recuerdo haber leído ese nombre en ningún libro de demonología.

–Dejad de hablar en susurros, mortales y decidme quiénes sois y por qué habéis osado invocarme.

–Yo soy Juan, oh Señor Arioch y este es Santiago.

–Oh Arioch, nuestro señor, te rogamos humildemente que nos otorgues poder sobre nuestros semejantes.

–¡Callad! ¡No me importan vuestros patéticos nombres! Quiero saber quiénes sois para ver qué podéis darme a cambio de otorgaros lo que pedís. ¿Acaso sois reyes, príncipes, sumos sacerdotes, hechiceros supremos?

–Eeee... pues no... yo tengo un bar y él una librería

–Y te ofrecemos a cambio nuestras almas inmortales.

–¿Bar? ¿Librería? Una vez más no entiendo vuestras palabras. ¿Y para qué querría yo vuestras almas? ¿No tenéis nada más que ofrecerme?

–Yo... si te pasas por el bar... puedo invitarte a comer y a beber... nuestras raciones son famosas en el barrio.

–Y yo... puedo hacerte descuentos... y tengo algo de dinero... aunque no mucho.

II

–Isabel, ¿has oído lo que le ha pasado al hijo de la Pili? ¿La del bar Román?

–Pues no

–Ay, hija, no te enteras de nada, si hasta ha salido en las noticias.

–Estoy muy liada, tengo al pequeño con el sarampión y estoy intentando que no se lo contagie al mayor. ¿Qué le ha pasado? Se llama Juan, ¿verdad?

–Se llamaba, hija, se llamaba.

–¡Ay por Dios! No me digas que se ha muerto...

–Como te lo cuento. Por lo visto hubo una explosión en su piso que se llevó por delante a él y al amigo ese con el que estaba siempre, Santiago. Parece ser que fue un escape de gas.

–¡Pobre Pili! ¡Qué desgracia! Tiene que estar hecha polvo.

–Pues tú me dirás, que se te muera un hijo...

–No quiero ni pensarlo.

–Ahora bien, te voy a decir una cosa, yo sabía que ese chico iba a acabar mal.

–La verdad es que era un poquito raro, pero tampoco hay que exagerar. Que yo sepa no se drogaba ni iba con malas compañías, ni tenía malas pintas como los jevis esos que van con los pelos largos y siempre vestidos de negro.

–¿Solo un poquito? Se nota que no lo conocías bien. No tenía más amigos que el Santiago ese, ni novia, siempre estaba leyendo libros muy raros y una vez vi que llevaba un colgante con un crucifijo al revés... Yo creo que era adorador del Diablo. 

–No me digas... me dejas muerta.

–A saber lo que estaba haciendo en su piso.

–Pues si... Mira, me tengo que ir que he dejado a Manolo con los críos mientras bajaba a hacer la compra y no me fío. Si te enteras de cuando es el funeral avísame. Buenos días.

–Buenos días. Y descuida, ya te avisaré.


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