RELATO: Las aventuras de Xymón y Kyras (o Kyras y Xymón)

Dedicado a Fritz Leiber, Gary Gygax, Dave Arneson, Margaret Weis, Tracy Hickman y especialmente a mi amigo Diego Jiménez.

El personaje de Xymón fue creado por Diego Jiménez para una partida de un juego de rol.

I
Los dos viajeros que cabalgaban a la azulada luz del crepúsculo, mientras salía la primera de las tres lunas, recorrían el único camino que atravesaba el Bosque de Siblan en la extensa Llanura de Shigin e iban envueltos en sus capas de viaje para protegerse del frío viento veraniego. El ruido de los cascos de sus monturas hizo huir a una pareja de liebrejos, que se refugiaron en la espesura entre los grandes castables de hoja perenne, camuflándose allí gracias a su pelaje verdoso, aprovechando que los árboles acababan de cambiar el color gris de la primavera. Al ver surgir tras un recodo del camino una posada de gran tamaño, la única señal de civilización que habían visto desde que salieran por la mañana temprano del pueblo de Frigton -al norte del bosque-, azuzaron a sus caballantes, que barritaron con ganas como si pudieran sentir la cercanía de unos establos con sus sensibles trompas.

Desde que entraron por la puerta, todo el mundo en la posada del Halcón Gris, nada lujosa pero muy acogedora y limpia, se quedó mirándoles y con razón. Cada uno de los dos jóvenes forasteros llamaba la atención por sí solo, pero que encima fueran juntos era francamente sorprendente ya que eran tan distintos como el agua y el aceite.

Uno de ellos parecía humano, pero su largo cabello rubio dejaba ver en ocasiones unas orejas puntiagudas que mostraban una herencia élfica. Era muy alto, Tyka calculó que cerca de 1,90 y realmente atractivo: tenía un cuerpo que bajo las toscas ropas y la armadura de placas se adivinaba musculoso y un hermoso rostro que, junto a sus brillantes y preciosos ojos azules, daba una sensación de franqueza. Junto a su armadura  y armas, el colgante  que llevaba al cuello con el símbolo de Pellor -un sol con rostro humanoide que también estaba pintado en su gran escudo de metal-, le identificaba como un paladín del Dios de la luz y el sol.

El otro era un mediano, pero el más peculiar que la mujer había visto en su vida: de estatura media para su raza -alrededor de un metro- y pelo moreno, iba vestido con armadura de cuero y ropas caras como las que podría haber llevado un noble. La posadera supuso que estarían a la última moda, aunque tenía muy escaso conocimiento de ese tema viviendo donde vivía, en mitad de un bosque y a muchos kilómetros de la ciudad más cercana. La vestimenta del mediano incluía botas en contra de lo habitual en los suyos y un sombrero decorado con una gran pluma que habría quedado ridículo en otros de su raza, pero que a él le sentaba sorprendentemente bien. Además, estaba más delgado de lo normal para ser un mediano, pero parecía en plena forma y su atractiva cara estaba adornada con bigote y perilla. Gracias a los muchos años que Tyka llevaba como posadera, había aprendido a calar bien a la gente al primer vistazo y por eso detectó en la mirada de los oscuros y hermosos ojos del desconocido una chispa de malicia que le hizo ponerse en guardia.

Ambos llevaban espadas al cinto, que tenían pinta de ser una de doble filo en el caso del semielfo y un florete y una espada corta en el de su compañero. Y por la forma en que se movían parecían saber usarlas y estar acostumbrados a ello, así que la posadera rezó a Moukol, Dios del comercio, para que a ningún parroquiano se le ocurriera meterse con ellos. Algo que no sería nada raro teniendo en cuenta que eran forasteros, no humanos y bastante peculiares.  

Tras elegir una mesa, se sentaron a ella y le hicieron señas. Cuando se acercó a ellos, el mediano se levantó, se quitó el sombrero y haciendo una reverencia que no habría desentonado en un palacio le dijo con una voz seductora y sensual:

–Buenas noches, veo que hemos tenido la gran suerte de dar con una posada regentada por una bellísima mujer. Soy Xymón, el mundialmente famoso espadachín y este es mi no tan famoso amigo Kyras, paladín de Pellor.

Ella pudo ver como el semielfo, al oír lo de la fama, arqueaba la ceja y echaba a su compañero una mirada reprobadora.

–Estamos cansados, hambrientos y sedientos tras un largo día de viaje y nos encantaría que nos proporcionara comida y bebida en grandes cantidades, una habitación con dos camas para pasar la noche y, si es posible, un baño antes de acostarnos–. Sacando una bolsita tintineante añadió:

–También queremos que alguien se ocupe de nuestras monturas, que hemos dejado en la puerta del establo. Dígale al mozo que tenga cuidado con la trompa de mi Lulú, la pobre se la hirió el otro día con una planta espinosa y todavía no le ha cicatrizado del todo.

A la mujer no le dio tiempo a sorprenderse porque varios de los parroquianos empezaron a reírse y a hacer comentarios jocosos y ofensivos como: "¡Mira que gracioso el chiquitín!" "¿Dónde habrá aprendido ese hombretón esos modales cortesanos?" O "Seguramente su padre era el bufón de alguna corte". Ante lo cual el mediano alargó la mano hacia su espada mientras su amigo se levantaba con cara de pocos amigos. Tyka pensó: "ya está, ya se ha liado", pero afortunadamente todo el mundo tuvo el buen juicio de enmudecer y volver a sus asuntos, por lo que los dos forasteros volvieron a sentarse.

Cuando les sirvieron la cena, después de que la posadera enviara a su hijo al establo, ambos demostraron que lo dicho antes de "grandes cantidades" no era una exageración: el paladín bebió muy poco pero comió por dos mientras que su amigo se zampó una cantidad de comida sorprendente para su tamaño y trasegó cerveza como si no hubiera un mañana, a pesar de lo cual no parecía muy borracho cuando la posadera les llevó a la habitación de los baños.

Poco después Tyka llamó a la puerta y preguntó si necesitaban algo, recibiendo como respuesta una conversación que le hizo tener que aguantarse la risa:

–¡Sí, pasa!

–¡No! ¡Espera! ¡Estamos desnudos!

–¿Y qué más da?

–¿Cómo que qué más da? ¡Maldito mediano degenerado! Además no necesitamos nada.

–Yo sí, una botella de vino...

–¡Ni hablar! ¡Ya has bebido suficiente! Si sigues bebiendo mañana tendrás resaca y estarás todavía más insoportable de lo normal.

–Mira quién habla... ¡Aguafiestas!

A la mujer le habría gustado quedarse a escuchar el resto y tuvo que reconocer que aún le habría gustado más entrar, pero tenía cosas que hacer y era una viuda respetable con una reputación que mantener.

Era temprano por la mañana cuando los dos forasteros bajaron a la sala común y pidieron el desayuno. Tras terminarlo, el mediano se dirigió a Tyka:

–Así da gusto levantarse pronto, con un buen desayuno servido por una hermosa pelirroja. Dime preciosa, ¿has oído hablar de la Torre de Ristlin? ¿Sabes cómo podemos llegar a ella?

–Sí, pero me temo que ya no hay ninguna torre, no es más que un montón de ruinas.

–Pero hemos oído historias sobre que guarda grandes tesoros...

–Yo también, pero sólo son eso: historias y leyendas. Siento que hayáis viajado hasta aquí para nada.

–Tú lo has dicho preciosa, ya que hemos venido hasta aquí no vamos a volver con el rabo entre las piernas, así que al menos echaremos un vistazo a la torre o lo que quede de ella.

–Pero es que no solo es una pérdida de tiempo visitarla, además está maldita. Se dice que todos los que llegan hasta ella son víctimas de una terrible maldición y que todos los aventureros que han ido han desaparecido sin dejar rastro. Así que será mejor que no vayáis allí.

–¡Pero nosotros no somos unos vulgares aventureros! ¡Somos Xymón y Kyras!

–O Kyras y Xymón, murmuró el paladín.

–¡Somos famosos en el mundo entero por nuestras hazañas!

El semielfo volvió a arquear la ceja y a mirar a su compañero como la noche pasada, algo que por lo visto debía hacer muy a menudo.

–No dudo que no, pero sería una pena que dos hombres tan atrac... valerosos desaparecieran para siempre.

–Veo que eres tan amable como bella, siguió el mediano–. Muchas gracias por preocuparte por nosotros, pero no es necesario porque te aseguro que no nos pasará nada, podemos con cualquier maldición.

–Bien, en ese caso... Que no se diga que no lo he intentado. Es muy fácil llegar hasta allí, sólo tenéis que meteros en el bosque a la derecha del camino y seguir hacia el sureste hasta que lleguéis al Páramo de Quarmal. Las ruinas de la torre están justo en el centro de ese lugar desolado.

–Muchas gracias, dijo Kyras–. Xymón tiene razón al decir que sois muy amable... y también en lo de bella, añadió sonrojándose, algo que a Tyka le pareció encantador. Pasaremos a verla cuando volvamos de la torre.

–Eso espero -contestó ella.


II

Siguiendo las indicaciones de la posadera, no tardaron mucho en llegar al páramo, unas tierras baldías en las que no crecían más que algunos pequeños arbustos espinosos de color naranja y no se veía ninguna señal de vida. Como les había dicho la mujer, justo en medio del páramo estaban los vestigios de una torre de piedra azulada que en tiempos mejores debía haber sido muy alta e imponente.

Xymón se paró delante de los restos con los brazos en jarras mientras decía: -Pues si que está en ruinas... Pensaba que era una treta de la posadera para evitar que viniéramos aquí y desapareciéramos por esa supuesta maldición. Está claro que se ha enamorado de mí.

–Si, clarísimo. Pues adiós al tesoro de Ristlin.

–Bueno, ya que estamos aquí al menos podríamos echar un vistazo. ¿O te da miedo la maldición?

–En absoluto, pero esas paredes no parecen muy estables y si se nos caen encima la maldición va a ser el menor de nuestros problemas.

–Bah, si han aguantado tantos años no se van a caer por un semielfo y un mediano. Sólo hay que tener mucho cuidado -y dicho eso, echó a andar hacia las ruinas llevando a los caballantes de las riendas.

Mientras le seguía, Kyras murmuró:

–Ese es precisamente el problema, que tener mucho cuidado no es lo tuyo.

Después de que Xymón atara a sus monturas a un bloque de piedra, ambos entraron por donde habría estado la puerta de la torre y en ese momento sintieron un ligero mareo y se les nubló la vista. Cuando la recuperaron, vieron que estaban dentro de una habitación que tenía toda la pinta de ser un recibidor, con suelo y paredes de piedra en perfecto estado y muy limpios y que daba a una puerta y a unas escaleras de subida. Al darse la vuelta, comprobaron que había otra pared con una gran puerta de madera cerrada, también en muy buenas condiciones.

–Debería haber usado el conjuro de detectar magia -dijo Kyras colocándose su escudo y desenvainando su espada.

–Esto no me gusta nada, salgamos de aquí -replicó su compañero dirigiéndose a la puerta de entrada.

–Espera–, le interrumpió su compañero. Y señaló dicha puerta con su mano libre mientras cerraba los ojos. Tras unos instantes añadió:

–Todo este sitio está imbuido con una magia increíblemente poderosa. La puerta está cerrada mágicamente y no voy a poder abrirla.

–Estupendo. ¿Y qué tipo de magia es? ¿Maligna?

–No lo se. No soy capaz de averiguarlo y eso no es normal.

–Pues no nos queda otra más que explorar esta torre -dijo el mediano desenvainando su arma.

Los dos amigos tardaron bastante en recorrer todo el lugar, que parecía recién construido y limpiado y en el que no encontraron a nadie.

En la primera planta descubrieron una cocina de gran tamaño totalmente equipada, de forma que podría haber sido la de cualquier casa de la nobleza. Y también una gran habitación con una mesa de comedor, sillas de cómodo aspecto y una amplia chimenea. Cuando los dos miraron por una de las grandes ventanas de la estancia, vieron en lugar del Páramo de Quarmal un frondoso bosque de grises castables de gran tamaño.

Al subir al segundo piso, en el que había una temperatura muy agradable, vieron que todo él estaba ocupado por un enorme jardín cuyas dimensiones no correspondían con las de la torre. En el centro había un gran estanque de aguas transparentes lleno de plantas de todos los tipos, formas, colores y tamaños, muchas de las cuales les eran completamente desconocidas. También había por todo el jardín una buena cantidad de aves tan variada como las plantas y que en muchos casos los dos aventureros no habían visto jamás; las cuales animaban el lugar con sus trinos.

Tras recuperarse de la sorpresa, siguieron subiendo por las escaleras a una planta totalmente ocupada por habitaciones muy acogedoras, dotadas de grandes ventanas por las que volvieron a ver el bosque de castables, aunque esta vez su color marrón indicaba que allí fuera era invierno. Todas las habitaciones estaban lujosamente amuebladas y equipadas con una chimenea y mullidas alfombras.

En el cuarto piso encontraron tres habitaciones: la primera era una enorme biblioteca con todas las paredes cubiertas por estanterías repletas de cientos de libros, que cómo comprobó Kyras trataban sobre los más variados temas, incluyendo ficción, teatro y poesía; además de varios sillones con aspecto de ser muy cómodos y otra chimenea. La segunda era un laboratorio de alquimia repleto de peculiares artilugios como matraces, alambiques y redomas y dotado de un horno y una mesa con todo tipo de herramientas. Y la última una habitación muy peculiar con una especie de altar justo en el centro y extraños símbolos pintados por todas partes, estancia que los dos aventureros dedujeron que servía para realizar rituales mágicos.

Al llegar al último piso, se encontraron con la única puerta cerrada de toda la torre aparte de la de entrada. Xymón sacó de su mochila una bolsa de la que extrajo una serie de ganzúas, mientras Kyras señalaba la puerta con los ojos cerrados como había hecho en el piso de abajo, diciendo después de un rato:

–La cerradura tenía una trampa mágica pero he conseguido disiparla. Su magia era mucho más débil de lo normal en este lugar, así que será mejor que busques si hay alguna trampa física.

–Bah, no es necesario. Sería absurdo que hayan puesto una mágica y otra física. Ahora me toca a mí hacer mi magia–, dijo eligiendo cuidadosamente dos de las ganzúas y metiéndolas en la cerradura, lo que provocó que del lado derecho del marco de la puerta saliera una cuchilla muy afilada adherida a un resorte que le hubiera rajado el cuello de no ser porque, gracias a sus excelentes reflejos, consiguió evitarla echándose hacia atrás en el último momento. Xymón miró a su compañero con el rostro pálido y con un tono muy serio le dijo:

–Ni una palabra–, a lo que Kyras no respondió en absoluto.

Una vez abierta la puerta, entraron en la que resultó ser la única habitación de ese piso, demasiado pequeña para ocupar toda la planta. El techo y las paredes eran totalmente transparentes y dejaban ver el bosque, esta vez en pleno otoño según indicaba el negro de los árboles. Y quedaron anonadados al ver una enorme cantidad de monedas, joyas y piedras preciosas de todo tipo tiradas por los suelos de la estancia, además de varios cofres y arcones de distintos tamaños. Con los ojos saliéndose de sus órbitas, Xymón se abalanzó sobre un montón de monedas de oro antes de que Kyras pudiera impedirlo e ignorando su llamada de advertencia. Y en ese momento, surgió de la nada en mitad de la habitación la figura de un anciano vestido con una lujosa túnica que se dirigió a ellos:

–Bienvenidos a mi torre, hace mucho que no tenía visitas. Soy Ristlin el Archimago, seguro que habéis oído hablar de mí–. Ante el silencio de ambos carraspeó y siguió hablando:

–Veo que os interesa mi tesoro y estoy a dispuesto a entregároslo entero si me hacéis un enorme favor a cambio.

–¿De qué se trata?–. Preguntó Xymón tras recuperarse de la sorpresa que le había producido la aparición.

–Hace siglos, cuando aún estaba vivo en todo el sentido de la palabra, era el mago más poderoso del mundo, tanto que gracias a mi enorme poder y a una serie de experimentos mágicos que llevé a cabo en esta misma torre fui capaz de conseguir una manera de hacerme inmortal. El problema es que las cosas no salieron exactamente como esperaba y mi alma quedó ligada a este lugar, que desde entonces está a la vez en dos mundos: el vuestro y una especie de limbo en el que me encuentro, por desgracia absolutamente sólo. No puedo abandonar este sitio que se ha convertido en mi prisión y solo me queda la esperanza de que alguien me traiga la única cosa que puede dar descanso a mi alma: la Daga de Nerul, que perteneció al Dios de la Muerte en persona.

–¿Y dónde está esa daga?– Preguntó el semielfo.

–En un olvidado templo de Nerul, que se encuentra en las entrañas de unas cuevas cercanas a una ciudad llamada Lanmarkh, en la Costa del Arco.

–Conozco esa ciudad y está a cientos de kilómetros al oeste de aquí, tardaríamos meses en ir y volver–, dijo el mediano.

–No os preocupéis. El poder de la Torre me permite enviaros a cualquier parte del mundo, además de vigilaros y traeros de vuelta cuando yo lo desee. Pero por desgracia no podré prestaros ninguna otra ayuda así que dependéis exclusivamente de vosotros mismos.

–¿Y qué pasará si nos negamos?– Preguntó Kyras.

–Que podréis salir de aquí pero no os llevaréis ni una sola moneda de este tesoro. Y jamás volveréis a verlo, ni a mí tampoco.

–Estoy dispuesto a intentar conseguir esa daga a cambio del tesoro–, dijo Xymón.

–Y yo estoy dispuesto a ayudar a que tu alma pueda descansar en paz–, añadió su compañero.

–Bien, puesto que aceptáis el trato sólo tenéis que salir por la puerta de la torre y apareceréis en la entrada de las Cuevas del Hambre.

–Bonito nombre–, añadió el mediano mientras salía de la habitación seguido por el semielfo.

III

Esta vez pudieron abrir la puerta de la torre sin problema, pero ambos volvieron a sentir el ligero mareo y la pérdida de la visión que habían sufrido al entrar en las ruinas hacía más de una hora.

Cuando se les pasaron los efectos de la magia, vieron que estaban frente a la gran entrada de una cueva totalmente oscura. Nada más entrar, Kyras murmuró unas palabras y su escudo empezó a brillar con una luz similar a la de una antorcha. Al poco rato, se dieron cuenta de que estaban en un verdadero laberinto de grutas y túneles, la mayoría de ellos naturales, aunque algunos parecían modificados artificialmente. Tras un par de horas explorándolos, no encontraron nada más que estalactitas, estalagmitas y algunos riachuelos de agua que era potable como comprobó el semielfo con su magia.

–Al menos no tendremos escasez de agua–, dijo Xymón. –Aunque empiezo a entender el nombre de este sitio, si entras aquí sin un mapa como hemos hecho nosotros, seguro que acabas perdiéndote y muriendo de hambre.

–Afortunadamente llevamos comida para dos semanas y si se nos acaba Ristlin nos llevará de vuelta... O eso espero.

–Preferiría no tener que comprobarlo.

Siguieron recorriendo aquel laberinto durante aproximadamente una hora y, tras salir de una gruta por una abertura tan pequeña que Kyras tuvo que pasar agachado y de lado, entraron a un túnel redondeado que fue haciéndose cada vez más grande hasta llegar a unos seis metros de diámetro. De repente, Xymón paró en seco mientras decía:

–Espera ¿Notas esa vibración?

–No... Un momento, ahora sí. Y también oigo un ruido muy raro.

–Algo viene hacia nosotros y por la vibración y el ruido debe ser muy grande. Será mejor que volvamos a esa gruta y vayamos por otro lado.

Acababa de decir la última palabra, cuando vieron aparecer delante de ellos, a eso de un kilómetro, una criatura de pesadilla: muy similar a un gusano, era tan grande que casi ocupaba todo el túnel, su cuerpo blancuzco estaba recubierto de una baba que brillaba con un fulgor pálido y malsano, tenía una enorme boca rojiza con varias filas de grandes dientes con pinta de estar muy afilados y no parecía tener ojos ni patas, a pesar de lo cual avanzaba hacia ellos a bastante velocidad.

Sin decir una palabra, ambos se dieron la vuelta y echaron a correr a la máxima velocidad que les permitían sus piernas, que lógicamente en el caso del mediano era mucho menor. Al darse cuenta de esto, Kyras paró, cogió en volandas a Xymón como buenamente pudo -con lo que esté quedó cabeza abajo-, y siguió corriendo hasta la entrada de la cueva, donde bajó a su compañero. Durante la carrera, el mediano intentó sujetar su sombrero pero la postura y el bamboleo provocaron que se le cayera al suelo. Así que, una vez estuvo en pie, antes de que el semielfo pudiera reaccionar Xymón corrió a por el sombrero, situándose a escasos metros de la boca del monstruo, que había seguido avanzando. Con el sombrero en la mano, corrió de vuelta junto al paladín mientras la criatura iba tras él a muy corta distancia. Y al llegar al lugar donde el túnel disminuía de tamaño, el enorme cuerpo del gusano chocó contra las paredes y no pudo continuar.

Una vez hubieron pasado al interior de la cueva, Kyras gritó furioso a su compañero:

–¿Qué cojones has hecho ahí dentro? ¿Es que querías suicidarte?

–Lo siento, tenía que recuperar mi sombrero, no solo es mágico y me protege sino que es además el único recuerdo que me queda de mi padre–, contestó Xymón bajando la mirada avergonzado, tras lo cual echó un vistazo a la enorme boca que todavía se veía al otro lado de la abertura y su cuerpo se estremeció.

Después de comer algo y andar durante aproximadamente otra hora, Xymón le dijo a su compañero en susurros:

–Quieto, oigo algo más adelante. Parecen varias personas... O algo similar.

Ambos desenvainaron sus armas y se prepararon para el combate, así que no les cogieron por sorpresa las cuatro criaturas que surgieron de la oscuridad. Eran humanoides y se podía ver que tanto su piel como sus escasos cabellos eran totalmente blancos, aunque estaban cubiertos de porquería y de hecho apestaban. Sus ojos eran rojos, sus rostros cadavéricos y sus dientes grandes y afilados, iban vestidos únicamente con trozos de cuero a modo de armadura y estaban armados con unas toscas hachas de piedra a dos manos. Gruñendo como animales, se lanzaron al ataque, pero a pesar de su ferocidad y rapidez los aventureros no tuvieron muchas dificultades en acabar con ellos, ya que no parecían ser muy inteligentes. En el cuello de uno de los cadáveres, Xymón encontró un colgante que representaba una calavera humanoide delante de una guadaña y al verlo Kyras comentó:

–Es el símbolo de Nerul, su templo debe estar cerca.

Siguiendo el túnel por el que habían aparecido aquellos seres, llegaron a la entrada de una enorme caverna, la más grande que habían visto hasta entonces. En ella había todo un pueblo formado por toscas cabañas de madera, habitado por decenas de aquellos humanoides subterráneos y atravesado por un riachuelo. Al acercarse con sigilo, vieron horrorizados como varios de ellos estaban cocinando en una hoguera partes de cuerpos de otros de su raza, claramente dispuestos a comérselos. Conscientes de que atravesar el pueblo sería una locura, decidieron explorar los túneles cercanos. Y, siguiendo uno de ellos, llegaron a una caverna en la que había un bosquecillo de unos extraños árboles blanquecinos y pequeños, ante los cuales Xymón comentó en voz baja:

–Ya sabemos de dónde sacan la madera estos amables caníbales. Prefiero no saber de dónde sacan el cuero.

Después de elegir otro túnel por el que echaron a andar, tras un par de kilómetros se encontraron con que éste estaba cerrado por una gran puerta doble de madera negra decorada por decenas de huesos de humanoides y, justo en el centro, el símbolo de Nerul.

Xymón dijo a su compañero:


–Parece que por fin hemos encontrado el puñetero templo. Mira a ver si hay trampas mágicas y luego yo miraré si las hay físicas.

–No hables así del templo de ningún Dios, sobre todo si vas a entrar en él–, contestó Kyras. Y acto seguido lanzó el conjuro como otras veces, tras lo que dijo:

–No hay trampas mágicas y no creo que las haya físicas porque la única manera de abrirla es con magia divina.

–Entonces no hay problema.

–Pues sí que lo hay porque es imposible abrirla sin pronunciar unas palabras sagradas. Pero creo que puedo averiguarlas gracias a mis conocimientos sobre los Dioses.

Tras sentarse en la posición del loto con los ojos cerrados, el paladín pasó casi un cuarto de hora completamente inmóvil mientras Xymón hacía guardia, hasta que, de repente, el semielfo se levantó diciendo:

–Creo que lo tengo– y poniendo la palma de su mano derecha encima del símbolo de Nerul pronunció unas palabras en un extraño idioma, pero ante la decepción de su amigo no ocurrió absolutamente nada. Kyras volvió a intentarlo otras dos veces sin éxito y cuando Xymón ya empezaba a ponerse nervioso, a la cuarta la puerta empezó a brillar con una luz azulada y se abrió con un chirrido que les puso los pelos de punta y una nube de polvo que les hizo toser.

Al pasar al otro lado de la puerta, ésta se cerró con un ruido que despertó ecos en la enorme y fría estancia que tenían ante sus ojos: era de forma rectangular y de un tamaño tan grande que no llegaban a ver bien el final, parecía haber sido construida completamente con piedra negra, sus paredes laterales estaban llenas de nichos vacíos uno al lado del otro y la única iluminación provenía de antorchas situadas en los muros, que daban una luz azulada y fría.


–Bonito sitio, de lo más acogedor–, murmuró Xymón y en voz un poco más alta dijo a su compañero:

–No quites la luz de tu escudo, no vaya a ser que se apaguen esas antorchas y nos quedemos a oscuras, este lugar me pone los pelos de punta. Por cierto, tratándose del Dios de la muerte no me extrañaría que aparecieran no muertos así que estaría bien que bendijeras mis armas.

Kyras cogió el florete y la espada corta de su amigo, les puso las manos encima mientras murmuraba unas palabras y se las devolvió, tras lo que desenvainó su propia espada.

Ambos se dirigieron hacia el fondo de la estancia con gran cautela hasta que llegaron a unas pequeñas escaleras que acaban en un altar, también de piedra negra y encima del cual había una daga con empuñadura de hueso y el símbolo de Nerul grabado en la hoja.

El paladín volvió a usar su magia y dijo:

–Obviamente todo en este lugar es mágico, incluida la daga, pero creo que se puede coger sin peligro.

–¿Crees? Estupendo–, dijo Xymón, tras lo que agarró la daga y ambos se quedaron quietos esperando que ocurriera algo. Tras unos segundos que para ellos parecieron minutos, el mediano dijo:

–Vale, no pasa nada, vámonos–, pero en el momento en el que bajó el último escalón de la escalera, la temperatura bajó más aún y en todos los nichos empezaron a aparecer esqueletos equipados con armaduras de placas, espadas y escudos.

–¡Lo sabía!– Exclamó Xymón –¡No muertos! ¡Los odio!

Kyras abrió los brazos y gritó una invocación a Pellor, tras lo que una explosión de luz surgió de él reduciendo a cenizas a los esqueletos más cercanos. Los dos salieron corriendo hacia delante hasta que otros no muertos les salieron al paso, pero el paladín acabó con ellos de la misma forma y siguieron corriendo hacia la entrada mientras el semielfo iba destruyendo a todos los enemigos que iban apareciendo. Pero cuando llegaron a la puerta, no consiguieron abrirla, ni siquiera el paladín diciendo las palabras sagradas. Mirando a los esqueletos que seguían saliendo de los nichos, Kyras dijo:

– Sólo puedo volver a invocar el poder de mi dios una vez más por hoy, así que voy a reservarlo por si las cosas se ponen realmente feas.

–Entonces tendremos que luchar–, replicó Xymón pegando la espalda a la pared al igual que su amigo–. Y rezar porque ese mago no tarde mucho.

Los esqueletos atacaron una y otra vez y aunque los dos amigos iban venciendo a uno tras otro, los no muertos sólo tardaban unos instantes en volver a levantarse y pronto los aventureros sangraban por varias heridas. Además, el cansancio fue haciendo mella en ellos y en un momento dado una espada atravesó el torso de Xymón cuando no consiguió desviar un ataque. Kyras invocó una vez más el poder de Pellor y aprovechó el breve momento de descanso tras la destrucción para poner las manos sobre el cuerpo del mediano, que inmediatamente sanó de sus heridas. Justo en ese momento, ambos volvieron a sentir el mareo y la pérdida de visión ya familiares.

IV

Cuando se recuperaron y su vista se despejó, comprobaron que estaban de vuelta en la torre, en la habitación del tesoro y con Ristlin frente a ellos. Xymón se dirigió a él:

–Eso sí que ha sido justo a tiempo, muchas gracias, aunque podrías habernos traído un poco antes...

–Lo siento mucho pero la magia del templo interfería con el poder de la torre.


–Aquí tienes la daga– dijo Xymón entregándola al archimago.

–Hemos cumplido con nuestra parte del trato arriesgando nuestras vidas, así que ahora espero que cumplas la tuya.

–Por supuesto le contestó Ristlin–. Sólo tenéis que cerrar los ojos y cuando los abráis estaréis fuera de la torre con todo el tesoro.

Los dos aventureros obedecieron y, efectivamente, al abrir los ojos comprobaron que estaban frente a la torre tal y como la habían visto por primera vez, en ruinas, pero no había el menor rastro del tesoro ni tampoco del mago.

El mediano se puso a gritar furioso:

–¿Pero qué demonios...? ¿Y el tesoro? ¿Y la torre? ¡Ese jodido mago nos ha engañado! ¡Después de lo que hemos hecho por él! ¡Casi no salimos con vida de ese puto templo! ¡La madre que lo parió! ¡Espero que la puñetera daga no haya funcionado y su sucia alma siga atada a la torre de los cojones!

–Cálmate Xymón, tranquilo, por desgracia no podemos hacer nada, no nos queda otra que volver a casa.

–Ni hablar, seguro que el tesoro sigue ahí bajo las ruinas, solo tenemos que excavar.

–¿Y se puede saber como vamos a retirar esas toneladas de piedra?

–Tenemos que volver al pueblo ese que hay antes de la posada, Frogton o como coño se llame, para comprar picos y palas y ver si podemos contratar a unos hombres.

–Xymón, entiendo perfectamente tu frustración pero no digas tonterías. En primer lugar no sabemos si el tesoro está ahí, ni siquiera si alguna vez existió de verdad. Y en segundo lugar, aunque tuviéramos dinero para contratar a todo el pueblo de Frigton y te recuerdo que apenas tenemos para volver a pagar la posada, tardaríamos como mínimo un año en quitar todo esto. Y eso contando con que no hubiera ningún problema. Me temo que como dijo Ristlin no volveremos a ver ese tesoro.

–¿Y con magia? Podemos contratar a un mago a cambio de una parte del tesoro.

–Tendría que ser un mago muy poderoso para poder mover todo eso él solo y sabes perfectamente que alguien así no se conformaría sólamente con una parte.

–¿Y a varios magos?

–Estamos en las mismas, no creo que quedara nada de tesoro para nosotros y sería una pérdida de tiempo y esfuerzo intentarlo. E insisto, imagina que después de todo el trabajo no hay ningún tesoro.

–¡Mierda! ¡Joder! ¡Me cago en mi puta suerte! Gritó el mediano mientras se quitaba el sombrero y lo tiraba al suelo con furia–. Tienes razón, Kyras, por mucho que me joda... Y me jode porque con ese tesoro podríamos habernos retirado y vivir el resto de nuestras vidas como reyes, mejor aún que reyes porque no tendríamos que hacer nada que no quisiéramos ni más preocupación que evitar que nos robaran.

–Lo siento mucho Xymón. Pero piensa que seguimos vivos y sobre todo que hemos conseguido dar descanso a un alma en pena, aunque sea la de ese mago embustero y desagradecido–, dijo el paladín mientras recogía el sombrero, le quitaba el polvo y lo ponía de vuelta en la cabeza de su compañero.

–Pues menudo consuelo–... contestó con tristeza el mediano y echó a andar cabizbajo hacia los caballantes seguido de su amigo. 

FIN 

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