RELATO: Las aventuras de Xymón y Kyras (o Kyras y Xymón)
Desde que entraron por la puerta, todo el mundo en la posada del Halcón Gris, nada lujosa pero muy acogedora y limpia, se quedó mirándoles y con razón. Cada uno de los dos jóvenes forasteros llamaba la atención por sí solo, pero que encima fueran juntos era francamente sorprendente ya que eran tan distintos como el agua y el aceite.
–Buenas noches, veo que hemos tenido la gran suerte de dar con una posada regentada por una bellísima mujer. Soy Xymón, el mundialmente famoso espadachín y este es mi no tan famoso amigo Kyras, paladín de Pellor.
Ella pudo ver como el semielfo, al oír lo de la fama, arqueaba la ceja y echaba a su compañero una mirada reprobadora.
–Estamos cansados, hambrientos y sedientos tras un largo día de viaje y nos encantaría que nos proporcionara comida y bebida en grandes cantidades, una habitación con dos camas para pasar la noche y, si es posible, un baño antes de acostarnos–. Sacando una bolsita tintineante añadió:
–También queremos que alguien se ocupe de nuestras monturas, que hemos dejado en la puerta del establo. Dígale al mozo que tenga cuidado con la trompa de mi Lulú, la pobre se la hirió el otro día con una planta espinosa y todavía no le ha cicatrizado del todo.
A la mujer no le dio tiempo a sorprenderse porque varios de los parroquianos empezaron a reírse y a hacer comentarios jocosos y ofensivos como: "¡Mira que gracioso el chiquitín!" "¿Dónde habrá aprendido ese hombretón esos modales cortesanos?" O "Seguramente su padre era el bufón de alguna corte". Ante lo cual el mediano alargó la mano hacia su espada mientras su amigo se levantaba con cara de pocos amigos. Tyka pensó: "ya está, ya se ha liado", pero afortunadamente todo el mundo tuvo el buen juicio de enmudecer y volver a sus asuntos, por lo que los dos forasteros volvieron a sentarse.
Cuando les sirvieron la cena, después de que la posadera enviara a su hijo al establo, ambos demostraron que lo dicho antes de "grandes cantidades" no era una exageración: el paladín bebió muy poco pero comió por dos mientras que su amigo se zampó una cantidad de comida sorprendente para su tamaño y trasegó cerveza como si no hubiera un mañana, a pesar de lo cual no parecía muy borracho cuando la posadera les llevó a la habitación de los baños.
Poco después Tyka llamó a la puerta y preguntó si necesitaban algo, recibiendo como respuesta una conversación que le hizo tener que aguantarse la risa:
–¡Sí, pasa!
–¡No! ¡Espera! ¡Estamos desnudos!
–¿Y qué más da?
–¿Cómo que qué más da? ¡Maldito mediano degenerado! Además no necesitamos nada.
–Yo sí, una botella de vino...
–¡Ni hablar! ¡Ya has bebido suficiente! Si sigues bebiendo mañana tendrás resaca y estarás todavía más insoportable de lo normal.
–Mira quién habla... ¡Aguafiestas!
A la mujer
le habría gustado quedarse a escuchar el resto y tuvo que reconocer
que aún le habría gustado más entrar, pero tenía cosas que hacer
y era una viuda respetable con una reputación que mantener.
Era
temprano por la mañana cuando los dos forasteros bajaron a la sala
común y pidieron el desayuno. Tras terminarlo, el mediano se dirigió
a Tyka:
–Así da
gusto levantarse pronto, con un buen desayuno servido por una hermosa
pelirroja. Dime preciosa, ¿has oído hablar de la Torre de Ristlin?
¿Sabes cómo podemos llegar a ella?
–Sí, pero me temo que
ya no hay ninguna torre, no es más que un montón de ruinas.
–Pero
hemos oído historias sobre que guarda grandes tesoros...
–Yo
también, pero sólo son eso: historias y leyendas. Siento que hayáis
viajado hasta aquí para nada.
–Tú lo has dicho preciosa,
ya que hemos venido hasta aquí no vamos a volver con el rabo entre
las piernas, así que al menos echaremos un vistazo a la torre o lo
que quede de ella.
–Pero es que no solo es una pérdida de
tiempo visitarla, además está maldita. Se dice que todos los que
llegan hasta ella son víctimas de una terrible maldición y que
todos los aventureros que han ido han desaparecido sin dejar rastro.
Así que será mejor que no vayáis allí.
–¡Pero nosotros
no somos unos vulgares aventureros! ¡Somos Xymón y Kyras!
–O
Kyras y Xymón, murmuró el paladín.
–¡Somos famosos en el
mundo entero por nuestras hazañas!
El semielfo volvió a
arquear la ceja y a mirar a su compañero como la noche pasada, algo
que por lo visto debía hacer muy a menudo.
–No dudo que no,
pero sería una pena que dos hombres tan atrac... valerosos
desaparecieran para siempre.
–Veo que eres tan amable como
bella, siguió el mediano–. Muchas gracias por preocuparte por
nosotros, pero no es necesario porque te aseguro que no nos pasará
nada, podemos con cualquier maldición.
–Bien, en ese
caso... Que no se diga que no lo he intentado. Es muy fácil llegar
hasta allí, sólo tenéis que meteros en el bosque a la derecha del
camino y seguir hacia el sureste hasta que lleguéis al Páramo de
Quarmal. Las ruinas de la torre están justo en el centro de ese
lugar desolado.
–Muchas gracias, dijo Kyras–. Xymón tiene
razón al decir que sois muy amable... y también en lo de bella,
añadió sonrojándose, algo que a Tyka le pareció encantador.
Pasaremos a verla cuando volvamos de la torre.
–Eso espero
-contestó ella.
II
Siguiendo
las indicaciones de la posadera, no tardaron mucho en llegar al
páramo, unas tierras baldías en las que no crecían más que
algunos pequeños arbustos espinosos de color naranja y no se veía
ninguna señal de vida. Como les había dicho la mujer, justo en
medio del páramo estaban los vestigios de una torre de piedra
azulada que en tiempos mejores debía haber sido muy alta e
imponente.
Xymón se paró delante de los restos con los
brazos en jarras mientras decía: -Pues si que está en
ruinas... Pensaba que era una treta de la posadera para evitar que
viniéramos aquí y desapareciéramos por esa supuesta maldición.
Está claro que se ha enamorado de mí.
–Si, clarísimo.
Pues adiós al tesoro de Ristlin.
–Bueno, ya que estamos
aquí al menos podríamos echar un vistazo. ¿O te da miedo la
maldición?
–En absoluto, pero esas paredes no parecen muy
estables y si se nos caen encima la maldición va a ser el menor de
nuestros problemas.
–Bah, si han aguantado tantos años no
se van a caer por un semielfo y un mediano. Sólo hay que tener mucho
cuidado -y dicho eso, echó a andar hacia las ruinas llevando a los
caballantes de las riendas.
Mientras le seguía, Kyras
murmuró:
–Ese es
precisamente el problema, que tener mucho cuidado no es lo
tuyo.
Después de que Xymón atara a sus monturas a un bloque
de piedra, ambos entraron por donde habría estado la puerta de la
torre y en ese momento sintieron un ligero mareo y se les nubló la
vista. Cuando la recuperaron, vieron que estaban dentro de una
habitación que tenía toda la pinta de ser un recibidor, con suelo y
paredes de piedra en perfecto estado y muy limpios y que daba a una
puerta y a unas escaleras de subida. Al darse la vuelta, comprobaron
que había otra pared con una gran puerta de madera cerrada, también
en muy buenas condiciones.
–Debería haber usado el conjuro
de detectar magia -dijo Kyras colocándose su escudo y desenvainando
su espada.
–Esto no me gusta nada, salgamos de aquí
-replicó su compañero dirigiéndose a la puerta de
entrada.
–Espera–, le interrumpió su compañero. Y señaló
dicha puerta con su mano libre mientras cerraba los ojos. Tras unos
instantes añadió:
–Todo este
sitio está imbuido con una magia increíblemente poderosa. La puerta
está cerrada mágicamente y no voy a poder abrirla.
–Estupendo.
¿Y qué tipo de magia es? ¿Maligna?
–No lo se. No soy
capaz de averiguarlo y eso no es normal.
–Pues no nos queda
otra más que explorar esta torre -dijo el mediano desenvainando su
arma.
Los dos amigos tardaron bastante en recorrer todo el
lugar, que parecía recién construido y limpiado y en el que no
encontraron a nadie.
En la primera planta descubrieron una
cocina de gran tamaño totalmente equipada, de forma que podría
haber sido la de cualquier casa de la nobleza. Y también una gran
habitación con una mesa de comedor, sillas de cómodo aspecto y una
amplia chimenea. Cuando los dos miraron por una de las grandes
ventanas de la estancia, vieron en lugar del Páramo de Quarmal un
frondoso bosque de grises castables de gran tamaño.
Al subir
al segundo piso, en el que había una temperatura muy agradable,
vieron que todo él estaba ocupado por un enorme jardín cuyas
dimensiones no correspondían con las de la torre. En el centro había
un gran estanque de aguas transparentes lleno de plantas de todos los
tipos, formas, colores y tamaños, muchas de las cuales les eran
completamente desconocidas. También había por todo el jardín una
buena cantidad de aves tan variada como las plantas y que en muchos
casos los dos aventureros no habían visto jamás; las cuales
animaban el lugar con sus trinos.
Tras recuperarse de la
sorpresa, siguieron subiendo por las escaleras a una planta
totalmente ocupada por habitaciones muy acogedoras, dotadas de
grandes ventanas por las que volvieron a ver el bosque de castables,
aunque esta vez su color marrón indicaba que allí fuera era
invierno. Todas las habitaciones estaban lujosamente amuebladas y
equipadas con una chimenea y mullidas alfombras.
En el cuarto
piso encontraron tres habitaciones: la primera era una enorme
biblioteca con todas las paredes cubiertas por estanterías repletas
de cientos de libros, que cómo comprobó Kyras trataban sobre los
más variados temas, incluyendo ficción, teatro y poesía; además
de varios sillones con aspecto de ser muy cómodos y otra chimenea.
La segunda era un laboratorio de alquimia repleto de peculiares
artilugios como matraces, alambiques y redomas y dotado de un horno y
una mesa con todo tipo de herramientas. Y la última una habitación
muy peculiar con una especie de altar justo en el centro y extraños
símbolos pintados por todas partes, estancia que los dos aventureros
dedujeron que servía para realizar rituales mágicos.
Al
llegar al último piso, se encontraron con la única puerta cerrada
de toda la torre aparte de la de entrada. Xymón sacó de su mochila
una bolsa de la que extrajo una serie de ganzúas, mientras Kyras
señalaba la puerta con los ojos cerrados como había hecho en el
piso de abajo, diciendo después de un rato:
–La
cerradura tenía una trampa mágica pero he conseguido disiparla. Su
magia era mucho más débil de lo normal en este lugar, así que será
mejor que busques si hay alguna trampa física.
–Bah, no es
necesario. Sería absurdo que hayan puesto una mágica y otra física.
Ahora me toca a mí hacer mi magia–, dijo eligiendo cuidadosamente
dos de las ganzúas y metiéndolas en la cerradura, lo que provocó
que del lado derecho del marco de la puerta saliera una cuchilla muy
afilada adherida a un resorte que le hubiera rajado el cuello de no
ser porque, gracias a sus excelentes reflejos, consiguió evitarla
echándose hacia atrás en el último momento. Xymón miró a su
compañero con el rostro pálido y con un tono muy serio le dijo:
–Ni una
palabra–, a lo que Kyras no respondió en absoluto.
Una vez
abierta la puerta, entraron en la que resultó ser la única
habitación de ese piso, demasiado pequeña para ocupar toda la
planta. El techo y las paredes eran totalmente transparentes y
dejaban ver el bosque, esta vez en pleno otoño según indicaba el
negro de los árboles. Y quedaron anonadados al ver una enorme
cantidad de monedas, joyas y piedras preciosas de todo tipo tiradas
por los suelos de la estancia, además de varios cofres y arcones de
distintos tamaños. Con los ojos saliéndose de sus órbitas, Xymón
se abalanzó sobre un montón de monedas de oro antes de que Kyras
pudiera impedirlo e ignorando su llamada de advertencia. Y en ese
momento, surgió de la nada en mitad de la habitación la figura de
un anciano vestido con una lujosa túnica que se dirigió a ellos:
–Bienvenidos a mi torre, hace mucho que no tenía visitas. Soy Ristlin el Archimago, seguro que habéis oído hablar de mí–. Ante el silencio de ambos carraspeó y siguió hablando:
–Veo que
os interesa mi tesoro y estoy a dispuesto a entregároslo entero si
me hacéis un enorme favor a cambio.
–¿De qué se trata?–.
Preguntó Xymón tras recuperarse de la sorpresa que le había
producido la aparición.
–Hace siglos, cuando aún estaba
vivo en todo el sentido de la palabra, era el mago más poderoso del
mundo, tanto que gracias a mi enorme poder y a una serie de
experimentos mágicos que llevé a cabo en esta misma torre fui capaz
de conseguir una manera de hacerme inmortal. El problema es que las
cosas no salieron exactamente como esperaba y mi alma quedó ligada a
este lugar, que desde entonces está a la vez en dos mundos: el
vuestro y una especie de limbo en el que me encuentro, por desgracia
absolutamente sólo. No puedo abandonar este sitio que se ha
convertido en mi prisión y solo me queda la esperanza de que alguien
me traiga la única cosa que puede dar descanso a mi alma: la Daga de
Nerul, que perteneció al Dios de la Muerte en persona.
–¿Y
dónde está esa daga?– Preguntó el semielfo.
–En un
olvidado templo de Nerul, que se encuentra en las entrañas de unas
cuevas cercanas a una ciudad llamada Lanmarkh, en la Costa del
Arco.
–Conozco esa ciudad y está a cientos de kilómetros
al oeste de aquí, tardaríamos meses en ir y volver–, dijo el
mediano.
–No os preocupéis. El poder de la Torre me permite
enviaros a cualquier parte del mundo, además de vigilaros y traeros
de vuelta cuando yo lo desee. Pero por desgracia no podré prestaros
ninguna otra ayuda así que dependéis exclusivamente de vosotros
mismos.
–¿Y qué pasará si nos negamos?– Preguntó
Kyras.
–Que podréis salir de aquí pero no os llevaréis ni
una sola moneda de este tesoro. Y jamás volveréis a verlo, ni a mí
tampoco.
–Estoy
dispuesto a intentar conseguir esa daga a cambio del tesoro–, dijo
Xymón.
–Y yo estoy dispuesto a ayudar a que tu alma pueda
descansar en paz–, añadió su compañero.
–Bien, puesto
que aceptáis el trato sólo tenéis que salir por la puerta de la
torre y apareceréis en la entrada de las Cuevas del Hambre.
–Bonito
nombre–, añadió el mediano mientras salía de la habitación
seguido por el semielfo.
III
Esta vez
pudieron abrir la puerta de la torre sin problema, pero ambos
volvieron a sentir el ligero mareo y la pérdida de la visión que
habían sufrido al entrar en las ruinas hacía más de una
hora.
Cuando se les pasaron los efectos de la magia, vieron
que estaban frente a la gran entrada de una cueva totalmente oscura.
Nada más entrar, Kyras murmuró unas palabras y su escudo empezó a
brillar con una luz similar a la de una antorcha. Al poco rato, se
dieron cuenta de que estaban en un verdadero laberinto de grutas y
túneles, la mayoría de ellos naturales, aunque algunos parecían
modificados artificialmente. Tras un par de horas explorándolos, no
encontraron nada más que estalactitas, estalagmitas y algunos
riachuelos de agua que era potable como comprobó el semielfo con su
magia.
–Al menos no tendremos escasez de agua–, dijo
Xymón. –Aunque empiezo a entender el nombre de este sitio, si
entras aquí sin un mapa como hemos hecho nosotros, seguro que acabas
perdiéndote y muriendo de hambre.
–Afortunadamente llevamos
comida para dos semanas y si se nos acaba Ristlin nos llevará de
vuelta... O eso espero.
–Preferiría no tener que
comprobarlo.
Siguieron recorriendo aquel laberinto durante aproximadamente una hora y, tras salir de una gruta por una abertura tan pequeña que Kyras tuvo que pasar agachado y de lado, entraron a un túnel redondeado que fue haciéndose cada vez más grande hasta llegar a unos seis metros de diámetro. De repente, Xymón paró en seco mientras decía:
–Espera ¿Notas esa vibración?
–No... Un momento, ahora sí. Y también oigo un ruido muy raro.
–Algo viene hacia nosotros y por la vibración y el ruido debe ser muy grande. Será mejor que volvamos a esa gruta y vayamos por otro lado.
Acababa de
decir la última palabra, cuando vieron aparecer delante de ellos, a
eso de un kilómetro, una criatura de pesadilla: muy similar a un
gusano, era tan grande que casi ocupaba todo el túnel, su cuerpo
blancuzco estaba recubierto de una baba que brillaba con un fulgor
pálido y malsano, tenía una enorme boca rojiza con varias filas de
grandes dientes con pinta de estar muy afilados y no parecía tener
ojos ni patas, a pesar de lo cual avanzaba hacia ellos a bastante
velocidad.
Sin decir una palabra, ambos se dieron la vuelta y
echaron a correr a la máxima velocidad que les permitían sus
piernas, que lógicamente en el caso del mediano era mucho menor. Al
darse cuenta de esto, Kyras paró, cogió en volandas a Xymón como
buenamente pudo -con lo que esté quedó cabeza abajo-, y siguió
corriendo hasta la entrada de la cueva, donde bajó a su compañero.
Durante la carrera, el mediano intentó sujetar su sombrero pero la
postura y el bamboleo provocaron que se le cayera al suelo. Así que,
una vez estuvo en pie, antes de que el semielfo pudiera reaccionar
Xymón corrió a por el sombrero, situándose a escasos metros de la
boca del monstruo, que había seguido avanzando. Con el sombrero en
la mano, corrió de vuelta junto al paladín mientras la criatura iba
tras él a muy corta distancia. Y al llegar al lugar donde el túnel
disminuía de tamaño, el enorme cuerpo del gusano chocó contra las
paredes y no pudo continuar.
Una vez hubieron pasado al
interior de la cueva, Kyras gritó furioso a su compañero:
–¿Qué
cojones has hecho ahí dentro? ¿Es que querías suicidarte?
–Lo
siento, tenía que recuperar mi sombrero, no solo es mágico y me
protege sino que es además el único recuerdo que me queda de mi
padre–, contestó Xymón bajando la mirada avergonzado, tras lo
cual echó un vistazo a la enorme boca que todavía se veía al otro
lado de la abertura y su cuerpo se estremeció.
Después de
comer algo y andar durante aproximadamente otra hora, Xymón le dijo
a su compañero en susurros:
–Quieto,
oigo algo más adelante. Parecen varias personas... O algo
similar.
Ambos desenvainaron sus armas y se prepararon para el
combate, así que no les cogieron por sorpresa las cuatro criaturas
que surgieron de la oscuridad. Eran humanoides y se podía ver que
tanto su piel como sus escasos cabellos eran totalmente blancos,
aunque estaban cubiertos de porquería y de hecho apestaban. Sus ojos
eran rojos, sus rostros cadavéricos y sus dientes grandes y
afilados, iban vestidos únicamente con trozos de cuero a modo de
armadura y estaban armados con unas toscas hachas de piedra a dos
manos. Gruñendo como animales, se lanzaron al ataque, pero a pesar
de su ferocidad y rapidez los aventureros no tuvieron muchas
dificultades en acabar con ellos, ya que no parecían ser muy
inteligentes. En el cuello de uno de los cadáveres, Xymón encontró
un colgante que representaba una calavera humanoide delante de una
guadaña y al verlo Kyras comentó:
–Es el
símbolo de Nerul, su templo debe estar cerca.
Siguiendo el
túnel por el que habían aparecido aquellos seres, llegaron a la
entrada de una enorme caverna, la más grande que habían visto hasta
entonces. En ella había todo un pueblo formado por toscas cabañas
de madera, habitado por decenas de aquellos humanoides subterráneos
y atravesado por un riachuelo. Al acercarse con sigilo, vieron
horrorizados como varios de ellos estaban cocinando en una hoguera
partes de cuerpos de otros de su raza, claramente dispuestos a
comérselos. Conscientes de que atravesar el pueblo sería una
locura, decidieron explorar los túneles cercanos. Y, siguiendo uno
de ellos, llegaron a una caverna en la que había un bosquecillo de
unos extraños árboles blanquecinos y pequeños, ante los cuales
Xymón comentó en voz baja:
–Ya
sabemos de dónde sacan la madera estos amables caníbales. Prefiero
no saber de dónde sacan el cuero.
Después de elegir otro
túnel por el que echaron a andar, tras un par de kilómetros se
encontraron con que éste estaba cerrado por una gran puerta doble de
madera negra decorada por decenas de huesos de humanoides y, justo en
el centro, el símbolo de Nerul.
Xymón dijo a su compañero:
–Parece
que por fin hemos encontrado el puñetero templo. Mira a ver si hay
trampas mágicas y luego yo miraré si las hay físicas.
–No hables así del templo de ningún Dios, sobre todo si vas a entrar en él–, contestó Kyras. Y acto seguido lanzó el conjuro como otras veces, tras lo que dijo:
–No hay
trampas mágicas y no creo que las haya físicas porque la única
manera de abrirla es con magia divina.
–Entonces no hay
problema.
–Pues sí que lo hay porque es imposible abrirla
sin pronunciar unas palabras sagradas. Pero creo que puedo
averiguarlas gracias a mis conocimientos sobre los Dioses.
Tras
sentarse en la posición del loto con los ojos cerrados, el paladín
pasó casi un cuarto de hora completamente inmóvil mientras Xymón
hacía guardia, hasta que, de repente, el semielfo se levantó
diciendo:
–Creo que
lo tengo– y poniendo la palma de su mano derecha encima del símbolo
de Nerul pronunció unas palabras en un extraño idioma, pero ante la
decepción de su amigo no ocurrió absolutamente nada. Kyras volvió
a intentarlo otras dos veces sin éxito y cuando Xymón ya empezaba a
ponerse nervioso, a la cuarta la puerta empezó a brillar con una luz
azulada y se abrió con un chirrido que les puso los pelos de punta y
una nube de polvo que les hizo toser.
Al pasar al otro lado de
la puerta, ésta se cerró con un ruido que despertó ecos en la
enorme y fría estancia que tenían ante sus ojos: era de forma
rectangular y de un tamaño tan grande que no llegaban a ver bien el
final, parecía haber sido construida completamente con piedra negra,
sus paredes laterales estaban llenas de nichos vacíos uno al lado
del otro y la única iluminación provenía de antorchas situadas en
los muros, que daban una luz azulada y fría.
–Bonito
sitio, de lo más acogedor–, murmuró Xymón y en voz un poco más
alta dijo a su compañero:
–No
quites la luz de tu escudo, no vaya a ser que se apaguen esas
antorchas y nos quedemos a oscuras, este lugar me pone los pelos de
punta. Por cierto, tratándose del Dios de la muerte no me extrañaría
que aparecieran no muertos así que estaría bien que bendijeras mis
armas.
Kyras cogió el florete y la espada corta de su amigo,
les puso las manos encima mientras murmuraba unas palabras y se las
devolvió, tras lo que desenvainó su propia espada.
Ambos se
dirigieron hacia el fondo de la estancia con gran cautela hasta que
llegaron a unas pequeñas escaleras que acaban en un altar, también
de piedra negra y encima del cual había una daga con empuñadura de
hueso y el símbolo de Nerul grabado en la hoja.
El paladín
volvió a usar su magia y dijo:
–Obviamente
todo en este lugar es mágico, incluida la daga, pero creo que se
puede coger sin peligro.
–¿Crees? Estupendo–, dijo Xymón,
tras lo que agarró la daga y ambos se quedaron quietos esperando que
ocurriera algo. Tras unos segundos que para ellos parecieron minutos,
el mediano dijo:
–Vale,
no pasa nada, vámonos–, pero en el momento en el que bajó el
último escalón de la escalera, la temperatura bajó más aún y en
todos los nichos empezaron a aparecer esqueletos equipados con
armaduras de placas, espadas y escudos.
–¡Lo sabía!–
Exclamó Xymón –¡No muertos! ¡Los odio!
Kyras abrió los
brazos y gritó una invocación a Pellor, tras lo que una explosión
de luz surgió de él reduciendo a cenizas a los esqueletos más
cercanos. Los dos salieron corriendo hacia delante hasta que otros no
muertos les salieron al paso, pero el paladín acabó con ellos de la
misma forma y siguieron corriendo hacia la entrada mientras el
semielfo iba destruyendo a todos los enemigos que iban apareciendo.
Pero cuando llegaron a la puerta, no consiguieron abrirla, ni
siquiera el paladín diciendo las palabras sagradas. Mirando a los
esqueletos que seguían saliendo de los nichos, Kyras dijo:
– Sólo
puedo volver a invocar el poder de mi dios una vez más por hoy, así
que voy a reservarlo por si las cosas se ponen realmente
feas.
–Entonces tendremos que luchar–, replicó Xymón
pegando la espalda a la pared al igual que su amigo–. Y rezar
porque ese mago no tarde mucho.
Los esqueletos atacaron una y
otra vez y aunque los dos amigos iban venciendo a uno tras otro, los
no muertos sólo tardaban unos instantes en volver a levantarse y
pronto los aventureros sangraban por varias heridas. Además, el
cansancio fue haciendo mella en ellos y en un momento dado una espada
atravesó el torso de Xymón cuando no consiguió desviar un ataque.
Kyras invocó una vez más el poder de Pellor y aprovechó el breve
momento de descanso tras la destrucción para poner las manos sobre
el cuerpo del mediano, que inmediatamente sanó de sus heridas. Justo
en ese momento, ambos volvieron a sentir el mareo y la pérdida de
visión ya familiares.
IV
Cuando se recuperaron y su vista se despejó, comprobaron que estaban de vuelta en la torre, en la habitación del tesoro y con Ristlin frente a ellos. Xymón se dirigió a él:
–Eso sí
que ha sido justo a tiempo, muchas gracias, aunque podrías habernos
traído un poco antes...
–Lo siento mucho pero la magia del
templo interfería con el poder de la torre.
–Aquí tienes la daga– dijo Xymón entregándola al archimago.
–Hemos
cumplido con nuestra parte del trato arriesgando nuestras vidas, así
que ahora espero que cumplas la tuya.
–Por supuesto le
contestó Ristlin–. Sólo tenéis que cerrar los ojos y cuando los
abráis estaréis fuera de la torre con todo el tesoro.
Los
dos aventureros obedecieron y, efectivamente, al abrir los ojos
comprobaron que estaban frente a la torre tal y como la habían visto
por primera vez, en ruinas, pero no había el menor rastro del tesoro
ni tampoco del mago.
El mediano se puso a gritar furioso:
–¿Pero
qué demonios...? ¿Y el tesoro? ¿Y la torre? ¡Ese jodido mago nos
ha engañado! ¡Después de lo que hemos hecho por él! ¡Casi no
salimos con vida de ese puto templo! ¡La madre que lo parió!
¡Espero que la puñetera daga no haya funcionado y su sucia alma
siga atada a la torre de los cojones!
–Cálmate Xymón,
tranquilo, por desgracia no podemos hacer nada, no nos queda otra que
volver a casa.
–Ni hablar, seguro que el tesoro sigue ahí
bajo las ruinas, solo tenemos que excavar.
–¿Y se puede
saber como vamos a retirar esas toneladas de piedra?
–Tenemos que volver al pueblo ese que hay antes de la posada, Frogton o como coño se llame, para comprar picos y palas y ver si podemos contratar a unos hombres.
–Xymón, entiendo perfectamente tu frustración pero no digas tonterías. En primer lugar no sabemos si el tesoro está ahí, ni siquiera si alguna vez existió de verdad. Y en segundo lugar, aunque tuviéramos dinero para contratar a todo el pueblo de Frigton y te recuerdo que apenas tenemos para volver a pagar la posada, tardaríamos como mínimo un año en quitar todo esto. Y eso contando con que no hubiera ningún problema. Me temo que como dijo Ristlin no volveremos a ver ese tesoro.
–¿Y con magia? Podemos contratar a un mago a cambio de una parte del tesoro.
–Tendría que ser un mago muy poderoso para poder mover todo eso él solo y sabes perfectamente que alguien así no se conformaría sólamente con una parte.
–¿Y a varios magos?
–Estamos en las mismas, no creo que quedara nada de tesoro para nosotros y sería una pérdida de tiempo y esfuerzo intentarlo. E insisto, imagina que después de todo el trabajo no hay ningún tesoro.
–¡Mierda! ¡Joder! ¡Me cago en mi puta suerte! Gritó el mediano mientras se quitaba el sombrero y lo tiraba al suelo con furia–. Tienes razón, Kyras, por mucho que me joda... Y me jode porque con ese tesoro podríamos habernos retirado y vivir el resto de nuestras vidas como reyes, mejor aún que reyes porque no tendríamos que hacer nada que no quisiéramos ni más preocupación que evitar que nos robaran.
–Lo siento mucho Xymón. Pero piensa que seguimos vivos y sobre todo que hemos conseguido dar descanso a un alma en pena, aunque sea la de ese mago embustero y desagradecido–, dijo el paladín mientras recogía el sombrero, le quitaba el polvo y lo ponía de vuelta en la cabeza de su compañero.
–Pues menudo consuelo–... contestó con tristeza el mediano y echó a andar cabizbajo hacia los caballantes seguido de su amigo.
FIN
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