CRÍTICA DE CINE: Mirai, mi hermana pequeña
Gracias a El viaje de Chihiro, Porco Rosso o La princesa Mononoke, Hayao Miyazaki consiguió que mucha gente se enterara de que el cine de animación no es todo para niños ni un género en sí mismo y de que puede dar auténticas obras maestras. Pero por desgracia la edad ha hecho mella en él y ha tenido que retirase. Afortunadamente hay una generación más joven de cineastas que sigue sus pasos (y no solo en Japón) y probablemente Mamoru Hosoda sea el mejor gracias a películas tan magníficas como esta y porque en su cine, a pesar de que las influencias están ahí (como en el uso de la fantasía), en vez de copiar al maestro tiene un estilo propio algo más pausado y experimental además de una temática recurrente que también está en Mirai: la infancia, el aprendizaje durante la misma, el paso a la madurez y las relaciones entre padres e hijos. Aquí Hosoda ha hecho su película menos convencional arriesgándose en el aspecto formal, con una mezcla de estilos de dibujo y de animación